El hombre y la mujer se encuentran envueltos en ese aire de ciudad extrema, como es la metrópolis donde llegan a experimentar situaciones destinadas o a vivir en el límite o a ser simplemente gestores de sus propias frustraciones e infelicidades; experiencias que suelen ser producto de esa incitación comportamental que surge y se demanda en las misivas del capitalismo: ser consumidor compulsivo. De esta forma la modernización es centrada en la producción y el consumo, la compulsión por consumir heredada del capitalismo acelera las facetas de la vida lanzando al hombre a la corriente de lo nuevo, lo futurista y a la vez traumado por lo desconocido que se viene encima, descubriendo que la solidez de las instituciones familiares o socioculturales que lo han rodeado, se desvanecen creando en su yo existencial un caos, pero a su vez lo obliga a obtener fuerzas para optar por nuevas opciones de vida. Cabe resaltar que la modernización genera un despertar a “una nueva vida”, donde existe la posibilidad de conocer, experimentar, el individuo de la ciudad se vive así mismo como deseo, como espacio, como conocimiento. La ciudad no es un ente estático, tiene signos vitales, la ciudad moderna explora el ámbito del deseo al máximo.