Entender cómo aprenden los sujetos humanos ha sido preocupación constante de los adultos de todas las sociedades. Es una cuestión que ha suscitado innumerables investigaciones. Y no sólo el hecho del aprendizaje sino el cómo del mismo. “La necesidad de “aprender a aprender” (o de enseñar a aprender) es una de las características que definen la cultura del aprendizaje” (Pozo, 2002, 33). El modo en que el sujeto se apropia de los contenidos pasa inevitablemente por el desarrollo de las habilidades básicas que incluyen el pensamiento, la investigación crítica, la reflexión y la construcción del conocimiento. Es una tarea imposible de realizar en solitario sino en grupo, en una determinada comunidad, la cual cuenta con el adulto y, si está organizada, con gentes destinadas formalmente a ayudar al desarrollo de las herramientas cognitivas, estrategias, estilos y habilidades dirigidas a la construcción del conocimiento. Piaget (1967), enseña que es la interacción con el medio, la experiencia del mundo, la condición esencial del aprendizaje. Esta interacción permite el desarrollo de la inteligencia del sujeto gracias a la apropiación de los resultados de la experiencia, a través de los procesos de acomodación y asimilación. Tal dinámica permite el desarrollo y consolidación de los constructos mentales. No todos los sujetos aprenden de manera idéntica. Este hecho, admitido desde siempre pero cuyas consecuencias didácticas se han ido desarrollando sólo en los últimos decenios, tiene en cuenta los estudios de la personalidad y sus componentes. Y aquí, precisamente, se integran, con todo sentido, los estilos cognitivos y los de aprendizaje. La investigación sobre estos conceptos nos permite constatar diferencias individuales en el aprendizaje y, en consecuencia, modos de proceder que facilitan o dificultan, según los casos, la tarea del aprendizaje.